A principios de los noventa entraba al colegio primario. Recuerdo algunos detalles borrosos del primer día de clases, recuerdo mucho más el segundo día donde perdí la inocente felicidad de un mundo nuevo y prometedor y conocí la decepción de un mundo blanco y reglamentado.
El camino de vuelta a casa a las cuatro y cuarto de la tarde por la calle Asamblea. Mis compañeros exaltados corren en círculos como pingüinos ciegos mientras camino con la vista en el suelo. El grupo de madres detrás ensimismadas en sus conversaciones de amas de casa despreocupadas levantan la vista en cada esquina y gritan. ¡No cruces! A partir de ésta tortura sistemática y sin fin se me ocurre que no debía tener amigos. La razón la comprendería varios años después, por el momento sólo necesitaba la decisión.
Las tardes con Los Pitufos, G.I.Joe y Mazinger Z.
La televisión se volvía mi intima confesora. Pasaba horas completas de programas sin parpadear. Mi mamá dijo que me estaba idiotizando frente a la caja boba, mi papá levantó la vista del diario y le respondió que no se quejara porqué gracias a ella se estaban ahorrando una considerable cantidad de tiempo en crianza, además como la luz la pagaba él si se le cantaba criar un hijo idiota lo iba a hacer.
Los ruidos que hacen los padres desconsiderados al pelear son muy molestos para la recreación de un niño solitario.
Tuve una crianza catolica conformista. Me obligaban ir a catequesis pero ni mi madre ni mi padre sabían para qué. Los viernes santos visitaban las siete iglesias pero jamás rezaban adentro de ellas porqué se aburrían demasiado.
Década Menemista en la Argentina. Mis papás se compran el microondas y el lavarropas. Mi viejo se consigue una amante y mi vieja crisis de histérismo crónico.
Llega el cable a mi hogar. Cablín se convirtió en mi papá y Cartoon Network en mi mamá, o al revés.
Sentía que algo me faltaba, sufría un vacío emocional tan complejo y absurdo para mi edad que ya en ese entonces consideraba el suicidio como una solución factible ante cualquier problemilla que tuviese por ahí.
La primera y única vez que vi a mi máma borracha fue una noche que discutían sobre mí. “Este chico es raro, necesita amigos como los pibes normales, salir a la calle y jugar a la pelota” gritaba mi vieja desde el suelo. Mi viejo me miró y me preguntó: ¿Vos querés tener amigos? Negué. ¿Qué mierda querés entonces? Una video casetera respondí.
La realidad es mierda. Es aburrida, previsible, rutinaria, gris, apática. Fueron todos los adjetivos que se me ocurrieron a los seis años, y no miento al decir que los recuerdo hasta en el mismo orden que los pensé. O tal vez sí, que importa.
Cuando caí en cuenta de esa gran verdad supe que la imaginación tenía que ser mi mejor amiga. Pero fracasé. No tenía imaginación, o realmente mis padres tenían razón y era un idiota, no lo supe ese día. El punto es que no podía pensar en cosas hermosas, mundos fantásticos y aventuras en planetas desconocidos. Estaba en blanco.
La falta de talento me fastidió tanto que rompi el muñeco de He-Man a la mitad, pero un ataque contra mis propias pertenencias no representaba ningún enojo real, por eso elegí un Playmobil cabezón y se lo metí en culo al perro.
El porqué un nene de seis años reacciona metiéndole un muñeco en el culo a un animal sería tema de arduo debate entre mis progenitores. Por vez primera visitaba a un psicólogo.
Puedo asegurar que disfruté la violación, además aprendí cosas muy valiosas acerca del cuerpo sea humano o animal. Fue la primera vez que veía un ano.
El enojo no duró más de dos días, luego llegaría mi verdadero mejor amigo.
VCR. Video Casetera Recorder. Mi viejo la trae una noche después de haber cogido con la secretaria. Lo supe porqué me mostró la bombacha que le sacó. La mina se debe estar preguntando donde carajo la dejó, dijo y estalló de la risa mientras metía cables detrás de la tele. Me dije que no me interesaría que maravilloso mecanismo la hacía funcionar, sólo me importaría su función vital.
No sólo encontraba a mi mejor amigo, encontraba a mi Dios.