En noviembre de 1996 llegó la hora de emprender el viaje de fin de curso de la primaria a Tandil, provincia de Buenos Aires. Los curas del colegio tenían un lindo y grueso convenio con un rancho gigantesco en la localidad, se dedicaban año tras año de convencer a los padres de los próximos egresados que los viajes a Córdoba eran el deseo del diablo y que allí se desataban los peores pecados regalándose a la lujuria y el exceso, lejos de los ojos vigilantes de los adultos. Tandil, en cambio, era la meca del espiritu; no sólo dejaba a los padres extentos de preocuparse por quien sería el idiota que viajaría de intruso sino que les prometían la vigilia constante de los clérigos, sumadas a las dos maestras de septimo (Marta y Graciela, una era morocha y flaca, la otra rubia y robusta. Una caricatura de ellas mismas) que irían en caracater de viejas frígidas que esperan cualquier excusa para abandonar al marido y los hijos porque le tienen la concha hasta el plato, pero que frente a los padres llamarían a ese impulso: Cuidado de sus hijos. Las muy turras y los muy turros de los curas no pagaban nada, la cuota del viaje en si permitía que pudiesen colgarse sin poner un centavo por ello. Parecía un inmenso viaje de estudios mas que el festejo por la liberación de aquellos emblemas educativos perversos y malignos.
Todo indicaba ser la peor aventura para cualquier joven. Pero la desición fue tomada por los padres a quienes no le importaban en nada que pudiesen hacer sus retoños con tal que fuese lejos por más de dos semanas. Así, el Rancho de Popy (sí, se llama de ese modo de verdad) hoy es parte de mis recuerdos juveniles.
Mi amigo me convenció a acompañarlo, pero mi madre obligó por su parte. Resulta que ella ya había planeado una orgía elegante en mi casa durante mi ausencia; de esas en que las parejas primero cenan a la luz de las velas y lentamente se levantan al living a coger entre todos, hay putas sanas y limpias, señores con mucha panza, poca pija y gorda billetera y pendejos aguantadores propiedad de señoras dispuestas. Mientras comen van eligiendo con la mirada a quien le van a chupar el pito, a quien se van a coger (o viceversa) y se van invitando con las miradas sugerentes a pasar a la otra habitación donde la música y las luces están bajas, ponen almohadones en el piso y bastante olor a genitales flota en el ambiente ¿Nunca estuvieron en una? Lo divertido es no saber que se está tocando, menos quien. Vayan si tienen la oportunidad, la van a pasar bien y van a tener una buena anécdota para contar (tal vez puedan abrirse un blog). En fín; tanta imaginación, tanto plan maldito planeado en la mente para que en el momento de hacer algo real y concreto me quedara callado y aceptara las condiciones de Diego (¿?) como las de mi madre, sin chistar.
Llegamos a Tandil, a dormir en carpa y tener misa antes de cada comida. A caminar entre vacas aburridas y practicar deportes comunes planteados como juegos didácticos. A dejar que las horas pasen en respeto y tranquilidad y visitar las ruinas de una piedra caída décadas atrás. A comer guisos con treinta grados de calor e invasiones de mosquitos. A bajar de una pared con arnés como aventura máxima de la vida misma y a aburrirme, aburrirme, aburrirme. Me clavaba cinco o seis pajas por día en diferentes lugares, pero en orden especifico todos los días: baño, campo alejado, capilla, carpa. Dormía en las misas y extrañaba mi casa cada noche encerrado en la carpa con mi amigo y otros dos que nunca supe sus nombres. Y los malditos abusones; hijos de putas más aburridos que yo en busca de algo que hacer, molestar a los flaquitos que no juegan a la pelota parecía ser la mejor opción para ellos.
!Hijos de puta! Repito para no dejar dudas.
Los mierditas me dejaban caca de vaca adentro de la carpa, me tiraban comida en cada cena, me cagaban a patadas en cada juego, me deliraban hasta el cansancio en cada actividad.
Una noche, llegando al final del viaje, cené junto a toda la manada. No sin antes haber orado.
Una polenta rancia con una salsa 10% tomate, 80% agua y 10% de otra cosa que no quiero preguntar qué. Terminó la comida y se acabó la noche. Sin fogón porque sólo se hacía la última allí en Tandil. Los rebeldes se llevaron vino de contrabando desde capital, esa noche lo tomaron y quedaron con una ebriedad envidiable haciendo desmanes por ahí. Sí, mi carpa fue la primer victima. La rompieron a patadas, entraba todo el frío imaginable de la noche descampada. Fue suficiente. Me cansaron, los odiaba más que al lugar mismo. Estaba apunto de estallar. Le pregunté a mi amigo si estaba listo para una venganza a lo Quentin Tarantino. Obviamente dijo no, pero yo sí me encontraba preparado para cortar algunos cuellos. Esa noche convertiría mi fantasia en realidad. No era consiente de nada, sólo pensaba en matar, en encontrarlos y descargar la furia contenida de años de malestar sumados a diez días tétricos junto a ellos. Debían morir. Robé un cuchillo de la cocina, fuí a mi carpa y esperé a que todos se durmieran, salí y caminé sigiloso hasta la carpa de los abusones. No se que hubiese pasado de estar ellos allí, tal vez los hubiese amenazado y luego me hubiesen roto los dientes a golpes de puño, tal vez hubiese enloquecido de veras y los hubiese matado a cuchillazos, tal vez me hubiese puesto a llorar antes de embestir el arma blanca, tal vez me hubiese hecho pis en los pantalones o tal vez ellos se hubieran hecho pis al verme. Demasiados hubiese, una sola verdad.
No estaban en la carpa, lo cual me resultó llamativo. Podían seguir de fiesta alcoholica a pesar de que los curas los habían descubierto al hacer el desastre escándaloso, imaginé que por una cosa así los retarían y mandarían a dormir sin joder más. Dentro de la carpa todavía quedaban dos cajas de vino caliente y economico que los responsables no habían visto seguramente. Sin quererlo en verdad, agarré uno y comencé a andar sin rumbo en la oscuridad del bosque, sin pensar en nada más que una pantalla de televisor que reproducía películas sin cesar mientras tomaba tragos de Uvita que me revolvían el estomágo. Estaba tan aburrido como cualquier otro día, pero con la diferencia que ese día estaba dispuesto a matar, a terminar de una buena vez por todas con las porquerias que me rodeaban, y encima estaba borracho por primera vez. En mi cabeza mareada creía que si lo hubiese logrado podría volver a mi casa y hacer lo mismo con mi madre. Podría convertirme en lo que nunca creí posible, un sujeto sin miedo capaz de acabar con sus desgracias de una manera concreta, real y simple: El asesinato. Todo muy bonito en sueños, pero lo que pasó en la cruda realidad fue que caminando choqué con la ventana de las habitaciones de los curas (ellos no dormían carpas, lo hacían en unos bunker más alejados). Con la confianza que el alcohol me estaba regalando me asomé, creyendo que los mocosos estarían dentro siendo regañados (la inocente mente de un joven). Lo que pude ver en realidad fue como dos curas -uno viejo, el otro no tanto- abusaban sexualmente de los abusones, valga la redundancia. Así perdí las reales ganas de vengarme, porqué estaba contento.
Los viejos degenerados se habían llevado a los pibes con la excusa del reto producto de la borrachera, aprovechando esos mismos efectos del alcohol sus manos se pusieron juguetonas en las piernas de los chicos mareados. Una cosa lleva a la otra y de pronto tenés a dos curas atados tirados en el piso y cuatro pibes chiquitos, rosaditos e inocentes meando arriba de ellos. Uno de los pibes lloraba, tenía miedo. Los otros tres también, pero se mantenían en una postura callada y temblorosa. Los curas estallaban de placer, no podían contenerse. No se si por producto de la borrachera, pero me pareció ver a una de las maestras (la rubia robusta, Marta) espiar la situación en un rincón oscuro de la habitación.
No pude ver eso por mucho tiempo, podía ser descubierto y además fue bastante traumante el hecho en sí. Ni Pier Paolo podía prepararme para esa imagen. Sin embargo, no puedo olvidar la alegria que sentí en ese momento !Hijos de puta! No se metan conmigo, siempre me salen las cosas bien.
Terminó el viaje y nadie dijo nada, años después esos mismos curas salieron en cuanto noticero exista acusados de pedofilia, pero nunca supe si mis abusones declararon sus aventuras en Tandil, provincia de Buenos Aires. Por mi lado, sostengo aún hoy en día, que fue un error grave haber ido, aprendí mucho sobre la suerte, el alcohol y esas cosas, pero la imagen de los dos viejos de sotana bañándose en orina juvenil me sigue despertando en el medio de las noches.
Todo indicaba ser la peor aventura para cualquier joven. Pero la desición fue tomada por los padres a quienes no le importaban en nada que pudiesen hacer sus retoños con tal que fuese lejos por más de dos semanas. Así, el Rancho de Popy (sí, se llama de ese modo de verdad) hoy es parte de mis recuerdos juveniles.
Mi amigo me convenció a acompañarlo, pero mi madre obligó por su parte. Resulta que ella ya había planeado una orgía elegante en mi casa durante mi ausencia; de esas en que las parejas primero cenan a la luz de las velas y lentamente se levantan al living a coger entre todos, hay putas sanas y limpias, señores con mucha panza, poca pija y gorda billetera y pendejos aguantadores propiedad de señoras dispuestas. Mientras comen van eligiendo con la mirada a quien le van a chupar el pito, a quien se van a coger (o viceversa) y se van invitando con las miradas sugerentes a pasar a la otra habitación donde la música y las luces están bajas, ponen almohadones en el piso y bastante olor a genitales flota en el ambiente ¿Nunca estuvieron en una? Lo divertido es no saber que se está tocando, menos quien. Vayan si tienen la oportunidad, la van a pasar bien y van a tener una buena anécdota para contar (tal vez puedan abrirse un blog). En fín; tanta imaginación, tanto plan maldito planeado en la mente para que en el momento de hacer algo real y concreto me quedara callado y aceptara las condiciones de Diego (¿?) como las de mi madre, sin chistar.
Llegamos a Tandil, a dormir en carpa y tener misa antes de cada comida. A caminar entre vacas aburridas y practicar deportes comunes planteados como juegos didácticos. A dejar que las horas pasen en respeto y tranquilidad y visitar las ruinas de una piedra caída décadas atrás. A comer guisos con treinta grados de calor e invasiones de mosquitos. A bajar de una pared con arnés como aventura máxima de la vida misma y a aburrirme, aburrirme, aburrirme. Me clavaba cinco o seis pajas por día en diferentes lugares, pero en orden especifico todos los días: baño, campo alejado, capilla, carpa. Dormía en las misas y extrañaba mi casa cada noche encerrado en la carpa con mi amigo y otros dos que nunca supe sus nombres. Y los malditos abusones; hijos de putas más aburridos que yo en busca de algo que hacer, molestar a los flaquitos que no juegan a la pelota parecía ser la mejor opción para ellos.
!Hijos de puta! Repito para no dejar dudas.
Los mierditas me dejaban caca de vaca adentro de la carpa, me tiraban comida en cada cena, me cagaban a patadas en cada juego, me deliraban hasta el cansancio en cada actividad.
Una noche, llegando al final del viaje, cené junto a toda la manada. No sin antes haber orado.
Una polenta rancia con una salsa 10% tomate, 80% agua y 10% de otra cosa que no quiero preguntar qué. Terminó la comida y se acabó la noche. Sin fogón porque sólo se hacía la última allí en Tandil. Los rebeldes se llevaron vino de contrabando desde capital, esa noche lo tomaron y quedaron con una ebriedad envidiable haciendo desmanes por ahí. Sí, mi carpa fue la primer victima. La rompieron a patadas, entraba todo el frío imaginable de la noche descampada. Fue suficiente. Me cansaron, los odiaba más que al lugar mismo. Estaba apunto de estallar. Le pregunté a mi amigo si estaba listo para una venganza a lo Quentin Tarantino. Obviamente dijo no, pero yo sí me encontraba preparado para cortar algunos cuellos. Esa noche convertiría mi fantasia en realidad. No era consiente de nada, sólo pensaba en matar, en encontrarlos y descargar la furia contenida de años de malestar sumados a diez días tétricos junto a ellos. Debían morir. Robé un cuchillo de la cocina, fuí a mi carpa y esperé a que todos se durmieran, salí y caminé sigiloso hasta la carpa de los abusones. No se que hubiese pasado de estar ellos allí, tal vez los hubiese amenazado y luego me hubiesen roto los dientes a golpes de puño, tal vez hubiese enloquecido de veras y los hubiese matado a cuchillazos, tal vez me hubiese puesto a llorar antes de embestir el arma blanca, tal vez me hubiese hecho pis en los pantalones o tal vez ellos se hubieran hecho pis al verme. Demasiados hubiese, una sola verdad.
No estaban en la carpa, lo cual me resultó llamativo. Podían seguir de fiesta alcoholica a pesar de que los curas los habían descubierto al hacer el desastre escándaloso, imaginé que por una cosa así los retarían y mandarían a dormir sin joder más. Dentro de la carpa todavía quedaban dos cajas de vino caliente y economico que los responsables no habían visto seguramente. Sin quererlo en verdad, agarré uno y comencé a andar sin rumbo en la oscuridad del bosque, sin pensar en nada más que una pantalla de televisor que reproducía películas sin cesar mientras tomaba tragos de Uvita que me revolvían el estomágo. Estaba tan aburrido como cualquier otro día, pero con la diferencia que ese día estaba dispuesto a matar, a terminar de una buena vez por todas con las porquerias que me rodeaban, y encima estaba borracho por primera vez. En mi cabeza mareada creía que si lo hubiese logrado podría volver a mi casa y hacer lo mismo con mi madre. Podría convertirme en lo que nunca creí posible, un sujeto sin miedo capaz de acabar con sus desgracias de una manera concreta, real y simple: El asesinato. Todo muy bonito en sueños, pero lo que pasó en la cruda realidad fue que caminando choqué con la ventana de las habitaciones de los curas (ellos no dormían carpas, lo hacían en unos bunker más alejados). Con la confianza que el alcohol me estaba regalando me asomé, creyendo que los mocosos estarían dentro siendo regañados (la inocente mente de un joven). Lo que pude ver en realidad fue como dos curas -uno viejo, el otro no tanto- abusaban sexualmente de los abusones, valga la redundancia. Así perdí las reales ganas de vengarme, porqué estaba contento.
Los viejos degenerados se habían llevado a los pibes con la excusa del reto producto de la borrachera, aprovechando esos mismos efectos del alcohol sus manos se pusieron juguetonas en las piernas de los chicos mareados. Una cosa lleva a la otra y de pronto tenés a dos curas atados tirados en el piso y cuatro pibes chiquitos, rosaditos e inocentes meando arriba de ellos. Uno de los pibes lloraba, tenía miedo. Los otros tres también, pero se mantenían en una postura callada y temblorosa. Los curas estallaban de placer, no podían contenerse. No se si por producto de la borrachera, pero me pareció ver a una de las maestras (la rubia robusta, Marta) espiar la situación en un rincón oscuro de la habitación.
No pude ver eso por mucho tiempo, podía ser descubierto y además fue bastante traumante el hecho en sí. Ni Pier Paolo podía prepararme para esa imagen. Sin embargo, no puedo olvidar la alegria que sentí en ese momento !Hijos de puta! No se metan conmigo, siempre me salen las cosas bien.
Terminó el viaje y nadie dijo nada, años después esos mismos curas salieron en cuanto noticero exista acusados de pedofilia, pero nunca supe si mis abusones declararon sus aventuras en Tandil, provincia de Buenos Aires. Por mi lado, sostengo aún hoy en día, que fue un error grave haber ido, aprendí mucho sobre la suerte, el alcohol y esas cosas, pero la imagen de los dos viejos de sotana bañándose en orina juvenil me sigue despertando en el medio de las noches.