sábado, 29 de mayo de 2010

Creía en una razón de mí persona mayor a la natural como mecanismo de defensa ante una realidad futura que prometía ser patética y llena de traumas; a él, en cambio, todo le chupaba un huevo. Repetía una y otra vez la necesidad de encontrar una justificación a la vida; él me respondía, una y otra vez, que me dejara de joder con planteos idiotas y fantasiosos. Trataba de convencerlo de odiar a la gente que lo rodeaba sólo por el placer de hacerlo; él trataba de convencerme de querer a la gente sólo para estar en paz conmigo. Le presenté a mi madre para que compartiera mi odio incondicional; él prefirió perder tardes completas tomando mate con ella, a tal punto que de su boca salía un reto cada vez que repetía la idea de matarla. Le decía constantemente que era un pelotudo por estar tranquilo y despreocupado ante la vida; él me decía constantemente que era un pelotudo por quejarme y buscar un problema en cualquier situación.
Discutíamos a toda hora, en todo lugar y por toda razón; nunca estábamos de acuerdo ni nunca pensábamos igual -o al menos parecido- y sin embargo, no podíamos estar separados porqué compartíamos el misterioso placer de la mutua compañía excluida del montón restante. Lo que en mí era buscado en gran parte, en él estaba implícito; no nos querían, nos relegaban al costado, nos miraban de reojo, nos insultaban y nos gritaban insultos por momentos (admito) demasiado ingeniosos, mucho mejores que los que ya conocíamos individualmente. Nosotros; orgullosos felices, dos idiotas conscientes de serlo.
Fue la primera persona que me obnubiló; escuchaba cada palabra salida de su boca con atención e interés -en especial cuando podía verle los dientes podridos y deformados que me causaban buenas cantidades de carcajadas-, comprendía su postura ante los hechos fortuitos de la vida y sinceramente me alegraba cada vez que él lo hacía, era mi mejor amigo sin duda alguna. Me cambié de banco en el colegio para sentarme a su lado (éramos los únicos dos que se sentaban solos) y así compartir el walkman, un auricular para cada uno; pasaron los últimos años de primaria sin haber escuchado una sola palabra de las maestras. Pienso, hoy, en que aquello fue posible gracias a la fealdad de él; de haber sido un niño bonito me hubiese confundido pero como no lo era estaba bien en claro que quería a mi amigo simplemente por ser él y no por ser un muchachito forzudo y pre chongo.
Juntos comenzamos las maratónicas tardes con Los Simpsons, podíamos repetir frase tras frase y diálogo tras diálogo. Perdíamos largas horas contando anécdotas de Springfield como si hubiesen sucedido a la vuelta de la esquina, así estallábamos de la risa la mayor parte del tiempo y así cada uno aprendió del otro; por mí lado aprendí a no amargarme tanto y él, por su lado, aprendió a creer que el mundo sí era suyo, pero cuando intentaba volver al tema de convertirme en un villano para torturar a la humanidad, él simplemente me mandaba a la mierda. Lo increíble de él era que real y sinceramente le importaba nada todo lo que sucediese delante de sus ojos (si se quitaba los anteojos culo de botella no veía lo que sucedía delante suyo literalmente, pero el comentario fue en sentido figurado), decía que no debíamos preocuparnos porqué éramos chicos y lo que debíamos hacer era joder y disfrutar; fue una de las enseñanzas más grandes que recibí.
Con esa nueva perspectiva empecé a ver ciertas cosas con otra cara, como ir al parque. La primera vez entré en pánico al ver esa cantidad de pendejos, madres, perros y ancianos juntos bajo el agradable sol de domingo a la tarde, al pisar el verde quise salir corriendo para atrás y encerrarme en mi habitación a ver una película pero él me frenaba y convencía que una tarde al aire libre no iba a matarme. Esas tardes veíamos a la murga del barrio ensayar para los carnavales, de esa manera comenzó mi repulsión a la murga; también espiábamos sin verdadero interés algún partido que se armaba por allí, hasta que una vez le tiraron un pelotazo adrede a la cara de mi amigo, le reventó los anteojos y se lastimó todo, cierto es que en ese momento reí como pocas veces lo hice pero cuando vi los hilos de sangre correr por sus mejillas me asusté un poco, nos levantábamos insultando y nos fuimos de allí con el porte invicto (solo el porte) a pesar que a nuestras espaldas la muchachada se retorcía en el suelo por las risas, en esos momentos quería él matar a todos, en esos momentos aprovechaba yo para llevarlo a la oscuridad de la mente, pero era tan volátil que al rato se despreocupaba y volvía a amar a todos por igual.
Por él acepté ir de viaje de egresados de séptimo grado, todavía se lo reprocho hoy en día. Está bien que me haya dado ciertas esperanzas y alegrías pero no se como pude dejarme convencer que diez días sin televisión y rodeado de pendejos como yo podía ser buena idea. Mala idea, muy mala idea. La próxima les cuento porqué.  


jueves, 20 de mayo de 2010


“I feel drunk but I’m sober (…) I’ve got one hand in my pocket. And the other one is flicking a cigarette... “

Toda transición es un proceso lento, agotador y aburrido; así también como necesario.
El personaje iba armando su forma física y visible en base a las experiencias vividas, experiencias que no guardaban ni una poca de lógica o razón, simplemente un montón de situaciones que sucedían en mí vida de persona normal y que luego las transformaba en enseñanzas según la conveniencia del momento. De ese modo, cada recuerdo que hoy guardo de aquellos años infantiles no llevan ni una sola prueba de haber sucedido así como creo recordarlos. La realidad, como antes ya he dicho, perdía importancia frente a las maravillosas posibilidades que la fantasía me otorgaba; dicho de otra manera, la verdad se convertía en una herramienta funcional a la mentira que sería mi vida. Gradualmente y en escala me convencía que todo era posible, sólo así pude creer en un corto periodo que era dios, luego un Héroe al espantarme con la idea de la religión, para terminar sumándole el prefijo Súper al Héroe porqué por si sólo era poco y andar por la tierra seguro que el mundo me necesitaba a pesar de que yo no tenía ni la más mínima intención de hacer uso de mis poderes en pos del bienestar universal.

Los poderes fueron un tema aparte en realidad, hasta ese momento no los había descubierto, no poseía certeza alguna de tenerlos salvo en mi mente ni alguna sospecha de cuales podían ser; sin embargo, llevaba la seguridad que al reconocerlos y hacer uso de ellos ese mundo asqueroso y vil que me rodeaba se pondría de rodillas ante mí. Complejo de divinidad pueden llamarlo, aunque aburrimiento crónico me gusta más. Conjugar el poder de la masturbación sin freno más el poder de ver películas de temáticas prohibidas o simplemente asquerosas hasta el cansancio no era lo que se suele llamar un superpoder, hasta yo era consiente de ese hecho. Debía encontrar ese detalle chiquito que me hiciese sobresalir de la mediocre media humana. Volar era aburrido, además de que Christopher Reeve acababa de caerse del caballo demostrando como podés ser Superman y no tener escapatoria de quedar igual a una planta decorativa en el living el hecho de planear en el aire me parecía estúpido, si le agregaba el accesorio de pajearme mientras volaba y poder acabar en las cabezas de los ciudadanos la cosa podía ponerse interesante pero de todos modos,  no aprendí a volar. La súper fuerza… está bien que viviera en una realidad inventada pero tampoco la pavada, hasta mi vecinita de siete años me corría con intención de darme una paliza cada mañana; también podría haber intentado ser un poco más sensato y buscar un superpoder que no requiriera haber nacido con el, como le pasó a Bruce Wayne; pero en ese caso en particular me destruyó la fantasía la horrible realidad de fin de década menemista, se venía la crisis y en mi hogar (real hasta en la pintura descascarada de la pared) el dinero para financiar posibles armamentos lujosos era tan ilusorio como todo el resto de mis sueños. No me decepcioné frente a esa escasa cantidad de posibilidades… como les dije, estaba en una etapa de transición y no me cabía la menor duda que en el momento menos esperado aparecería ante mí frente  la divina revelación de mí existencia.

Por ese entonces MTV era un canal de música y no una fábrica de cámaras testigos en la vida de estadounidenses estúpidos. Comienzo a alternar mis inagotables horas dedicadas al cine con horas mirando video clips tras vídeo clips, y si piensan que nada tiene que ver esto con todo lo contado antes demuestra como ustedes todavía no están listos para comprender a este Superhéroe que relata.
Conozco a Alannis Morrisette cantando “Hand in my Pocket” y lo primero que hago es conseguir por el medio que sea ese disco (robé la plata de la cartera de mi madre). Jageed Little Pill es un disco que desborda amargura y resentimiento, razones suficientes para que se encuentre en mi discografía como un favorito eterno. Fue uno de los primeros discos que elegí de las bateas y escuché hasta el cansancio, me encantaba. El video de “Ironic” en el que ella está multiplicada por cuatro es sencillamente genial y todos los temas, a pesar de entender la mitad de lo que decían, me provocaban una nostalgia hacía algo que desconocía. Por el mismo tiempo cruzo con un video extrañísimo y hermoso a la vez, un feto canta dentro de la panza materna nadando en líquido amniótico al ritmo de una melodía tan densa y oscura como hipnotizante gracias a las notas desafinadas de la cantante. En un magnifico dos por uno descubro Mezanine de Massive Attack y a Elizabeth Frazer, voz de Portishead. El segundo disco que conseguí tener fue en cassette “No need to argue” de The Cranberries, otro maravilloso compilado de frustraciones y dolores existenciales, con la misma premisa escuché hasta hacer sangrar los oídos “Mellon Collie & The Infinite Sadness” de The Smashing Pumpkins. Me enamoro fugazmente de Shirley Manson, líder vocal de la banda Garbage, con su tez pálida, sus labios rojo carmesí y la voz de un ángel caido. Todo el disco Garbage del año 1995 me estremece aún hoy en día, el tema “Milk”  por sobre todo. 
Así, gracias a la música, los pocos ratos que no estaba en estado de trance alejado de la realidad mirando una película se completaban. Ya no había un solo segundo que no estuviese sumergido en el más profundo sueño irreal. Y así también, la música, fue el siguiente paso de la transformación al ser el desencadenante de un hecho que jamás hubiese creído posible… Sentado en el patio del colegio en un recreo observo a un compañero cantar en voz baja con los auriculares puestos, la duda me carcome y no puedo aguantar preguntarle que canta. Es “Creep” del disco Pablo Honey de Radiohead, dice. Me di cuenta que ese chico desproporcionado en altura para su edad y excesivamente flaco no encajaba con la imagen que tenía de todos mis compañeros a pesar de ser uno de ellos, no le había prestado atención, no noté que podía existir alguien con el mismo sentimiento de exclusión estampado en la cara que yo llevaba. Le conté de manera superficial en el tiempo que dura un recreo lo que escuchaba, lo que veía y algo de lo que deseaba; sin saber porqué (el destino) le dije que buscaba mi superpoder y entonces él dijo, mirándome tras los gruesos lentes que le ocupaban mitad de la cara: no sos el superhéroe, sos el villano. Sucedió entonces lo que no esperaba que sucediera, hice un amigo.

lunes, 10 de mayo de 2010


Dos horas seguidas de educación física los viernes. Flaco, alto y de tupido bigote era el profesor. Vestía como todo maestro de gimnasia, zapatillas deportivas, jogging gris dentro de las medias y una chomba blanca dentro del pantalón. Llevaba la actitud de haber soñado grandes cosas para su vida durante su juventud que nunca se cumplieron, tenía bolsas en los ojos de largas noches de insomnio, manos de largos dedos huesudos y un tic nervioso que lo hacía parpadear mil veces por segundo.  Comenzaba cada clase a los gritos tratando de intimidar a la manada de estudiantes contentos de tener un tiempo donde correr como Forrest Gump al igual que lo hacían en sus ratos libres… Primero elongación por dos minutos, después la corrida en círculos por el gimnasio de la escuela seguido de una serie de abdominales y lagartijas que llegaban a ocupar diez minutos de la jornada completa, para terminar con un partido de cuarenta y cinco minutos del deporte elegido para esa semana que nunca fueron otros que handball en ocasiones, muy pocas veces voley y el repetido y preferido de la multitud: Fútbol, donde él se sentaba a charlar con la maestra de cuarto grado, la gordita culona, y  hacer su espectáculo de histerismo frente a todos, hablaban cerca, se reían fuerte y cada tanto se escapaba alguna mano a ciertos lugares comprometidos. En esos ratos, frente a sus narices desinteresadas, los pibes se enredaban en peleas salvajes por los resultados del partido hasta que alguno terminaba con algún hueso fuera de lugar y entonces el profesor llegaba corriendo desde la otra punta diciendo en voz alta que no podía bajar la vista ni un segundo porque los animales que nosotros éramos en teoría no dejábamos de hacer desastres aunque todos sabíamos que esos desastres se armaban justamente porque él tenía la vista ocupada en otros asuntos bastante más que un segundo, los alumnos se le revelaban a cada rato consientes que la imagen de autoridad que quería dar era una mentira tanto como lo eran las clases en si, entonces el muy bastardo concentró su odio en una sola persona buscando un chivo expiatorio a su poca eficacia como docente y así fue como el flaquito desgarbado que jamás llegaba a tocarse los pies con la mano, que corría para el lado contrario de la pelota escapando de la posibilidad de rozarla con el pie, que caminaba en vez de correr, que fingía repetidos ataques de asma y desgarros en músculos que ni sabía que existían pasó a ser la razón de sus problemas mientras el resto de los jóvenes prendían cigarros delante de su cara, se escapaban de la clase o se trenzaban en batallas sangrientas. Cuando todos corrían, él le gritaba al flaquito; cuando todos jugaban a la pelota, él le gritaba al flaquito; cuando todos escapaban, él buscaba al flaquito. Pero al flaquito le importaba nada lo que el profesor tenía para decirle, escuchaba su perorata con las manos en la cintura y una soberbia extraña para un niño preadolescente, le contestaba lo innecesario de una clase de fútbol dentro de la escuela cuando la función de la gimnasia era otra y lo retaba a mantener la vista fija sabiendo que poniéndolo más nervioso el tic parpadeante dominaría su rostro. Entonces un día, el muy desgraciado, descubrió que con amenazas y gritos no llegaría a ningún lado y prefirió hacer un chiste sobre el flaquito en cuestión, un insulto barato y bastante eficaz: ¿Qué pasa, pibe? ¿Se te corrió el tampón? Los pendejos alrededor del desgarbado estallaron en risas, se revolcaban en el suelo por los espasmos del estomago provocados por la carcajada y él se regodeaba en su originalidad al mismo tiempo que el flaquito, de pie en el centro, comprendía la magnitud de haber conocido a su primer archi enemigo. Este sujeto no era como el resto del mundo al cual le deseaba la muerte todos los días, este sujeto no debía morir para el flaquito sino debía sufrir lentamente hasta llegar a la agonía que le esperaba por haber burlado a la persona equivocada. En silencio dejó que el profesor se limpiara las lágrimas de la risa mientras planeaba la perfecta venganza.

Según el mitógrafo Joseph Campbell – en su obra llamada El Héroe de las mil caras- “el camino del héroe” es un patrón existente en la mayoría de las leyendas y narraciones populares. Este camino consta de doce pasos, o estadios como lo ha nombrado, que representan los diferentes estados y pruebas por los que el “Héroe” debe transitar hasta llegar a la iluminación y utilizar todo lo aprendido en pos del bienestar ajeno (popular). Así nos ejemplifica como Buda transitó los mismos caminos que Jesús o como los mitos griegos tienen el mismo fundamento que la existencia de Luke Skywalker.
Desde el “Mundo Ordinario” en el que el supuesto héroe vive en un principio sin conocer su real meta en este mundo hasta el “Regreso del Héroe”  cuando vuelve canchero a decirle a todos los que no creyeron en él que pueden irse a chupar un huevo el sujeto pasa por diferentes etapas de auto descubrimiento  y crecimiento personal hasta llegar a ser el divino salvador ¿De qué? Pues que cada Héroe se busque su razón de ser, Batman no andaba preguntándose para que vestirse de murciélago sin antes no tener un motivo para hacerlo.

Ya había pasado el flaquito por algunas etapas de ese camino, ahora le tocaba conocer a su Némesis (pilar fundamental para la existencia de cualquier Héroe) para dar comienzo a la aventura. ¿Significa esto que digo que estoy  proclamando como Héroe a ese preadolescente engreído y flojo? Claro que sí. No se necesita salvar ciudades ni otorgar la salvación eterna a cualquier zángano para serlo, sólo la certeza que en sus palabras estaba la verdad de todo. Poco a poco se armaba el personaje que dominaría a la persona.
El flaquito comprendió también que para lograr ciertos cometidos deben hacerse sacrificios, la grandeza del Héroe.
Pasaron algunas semanas desde aquella vez donde hirieron su orgullo hasta cierto viernes donde la clase de educación física estaba por la mitad, partido de fútbol y profesor chamullando a lo lejos. El típico grandote de la clase, forzudo y cabrón, lleva la pelota en sus pies como un crack hasta que el flaquito que nadie vio venir porque nunca estaba se lanza con toda la fuerza de su ser a sus pantorrillas logrando que la mole cayera de bruces al suelo. Se pone de pie furioso y el chiquito en vez de pedir perdón busca más camorra logrando el resultado de una nariz rota a causa de una trompada perfectamente ubicada. Dirección, le preguntan que sucedió y sin dudas responde el flaquito “me pegaron por culpa del profesor, porque siempre me está cargando e incita a los demás a que me golpeen” unos llantos por ahí y la confesión del trauma “le tengo miedo, amenaza con golpearme”. A la semana siguiente nuevo profesor, el flaquito sonríe y decide que para la próxima debe buscarse un enemigo mejor que el boludo maestro de educación física.
Aún faltaban grandes pasos para la total transformación, recién comenzaba el camino de este Héroe. Ya tenía la inspiración gracias a Pier Paolo y ahora le sumaba la seguridad gracias a la batalla ganada a su profesor, pero debía volver a sus bases para continuar...  Unas buenas dosis de cine que le hicieron conocer a un nuevo maestro en su camino a la iluminación: Quentin Tarantino. Y este flaquito, que soy yo, se convencía que el mundo lo estaba esperando aunque todavía debía averiguar para que.