Dos horas seguidas de educación física los viernes. Flaco, alto y de tupido bigote era el profesor. Vestía como todo maestro de gimnasia, zapatillas deportivas, jogging gris dentro de las medias y una chomba blanca dentro del pantalón. Llevaba la actitud de haber soñado grandes cosas para su vida durante su juventud que nunca se cumplieron, tenía bolsas en los ojos de largas noches de insomnio, manos de largos dedos huesudos y un tic nervioso que lo hacía parpadear mil veces por segundo. Comenzaba cada clase a los gritos tratando de intimidar a la manada de estudiantes contentos de tener un tiempo donde correr como Forrest Gump al igual que lo hacían en sus ratos libres… Primero elongación por dos minutos, después la corrida en círculos por el gimnasio de la escuela seguido de una serie de abdominales y lagartijas que llegaban a ocupar diez minutos de la jornada completa, para terminar con un partido de cuarenta y cinco minutos del deporte elegido para esa semana que nunca fueron otros que handball en ocasiones, muy pocas veces voley y el repetido y preferido de la multitud: Fútbol, donde él se sentaba a charlar con la maestra de cuarto grado, la gordita culona, y hacer su espectáculo de histerismo frente a todos, hablaban cerca, se reían fuerte y cada tanto se escapaba alguna mano a ciertos lugares comprometidos. En esos ratos, frente a sus narices desinteresadas, los pibes se enredaban en peleas salvajes por los resultados del partido hasta que alguno terminaba con algún hueso fuera de lugar y entonces el profesor llegaba corriendo desde la otra punta diciendo en voz alta que no podía bajar la vista ni un segundo porque los animales que nosotros éramos en teoría no dejábamos de hacer desastres aunque todos sabíamos que esos desastres se armaban justamente porque él tenía la vista ocupada en otros asuntos bastante más que un segundo, los alumnos se le revelaban a cada rato consientes que la imagen de autoridad que quería dar era una mentira tanto como lo eran las clases en si, entonces el muy bastardo concentró su odio en una sola persona buscando un chivo expiatorio a su poca eficacia como docente y así fue como el flaquito desgarbado que jamás llegaba a tocarse los pies con la mano, que corría para el lado contrario de la pelota escapando de la posibilidad de rozarla con el pie, que caminaba en vez de correr, que fingía repetidos ataques de asma y desgarros en músculos que ni sabía que existían pasó a ser la razón de sus problemas mientras el resto de los jóvenes prendían cigarros delante de su cara, se escapaban de la clase o se trenzaban en batallas sangrientas. Cuando todos corrían, él le gritaba al flaquito; cuando todos jugaban a la pelota, él le gritaba al flaquito; cuando todos escapaban, él buscaba al flaquito. Pero al flaquito le importaba nada lo que el profesor tenía para decirle, escuchaba su perorata con las manos en la cintura y una soberbia extraña para un niño preadolescente, le contestaba lo innecesario de una clase de fútbol dentro de la escuela cuando la función de la gimnasia era otra y lo retaba a mantener la vista fija sabiendo que poniéndolo más nervioso el tic parpadeante dominaría su rostro. Entonces un día, el muy desgraciado, descubrió que con amenazas y gritos no llegaría a ningún lado y prefirió hacer un chiste sobre el flaquito en cuestión, un insulto barato y bastante eficaz: ¿Qué pasa, pibe? ¿Se te corrió el tampón? Los pendejos alrededor del desgarbado estallaron en risas, se revolcaban en el suelo por los espasmos del estomago provocados por la carcajada y él se regodeaba en su originalidad al mismo tiempo que el flaquito, de pie en el centro, comprendía la magnitud de haber conocido a su primer archi enemigo. Este sujeto no era como el resto del mundo al cual le deseaba la muerte todos los días, este sujeto no debía morir para el flaquito sino debía sufrir lentamente hasta llegar a la agonía que le esperaba por haber burlado a la persona equivocada. En silencio dejó que el profesor se limpiara las lágrimas de la risa mientras planeaba la perfecta venganza.
Según el mitógrafo Joseph Campbell – en su obra llamada El Héroe de las mil caras- “el camino del héroe” es un patrón existente en la mayoría de las leyendas y narraciones populares. Este camino consta de doce pasos, o estadios como lo ha nombrado, que representan los diferentes estados y pruebas por los que el “Héroe” debe transitar hasta llegar a la iluminación y utilizar todo lo aprendido en pos del bienestar ajeno (popular). Así nos ejemplifica como Buda transitó los mismos caminos que Jesús o como los mitos griegos tienen el mismo fundamento que la existencia de Luke Skywalker.
Desde el “Mundo Ordinario” en el que el supuesto héroe vive en un principio sin conocer su real meta en este mundo hasta el “Regreso del Héroe” cuando vuelve canchero a decirle a todos los que no creyeron en él que pueden irse a chupar un huevo el sujeto pasa por diferentes etapas de auto descubrimiento y crecimiento personal hasta llegar a ser el divino salvador ¿De qué? Pues que cada Héroe se busque su razón de ser, Batman no andaba preguntándose para que vestirse de murciélago sin antes no tener un motivo para hacerlo.
Ya había pasado el flaquito por algunas etapas de ese camino, ahora le tocaba conocer a su Némesis (pilar fundamental para la existencia de cualquier Héroe) para dar comienzo a la aventura. ¿Significa esto que digo que estoy proclamando como Héroe a ese preadolescente engreído y flojo? Claro que sí. No se necesita salvar ciudades ni otorgar la salvación eterna a cualquier zángano para serlo, sólo la certeza que en sus palabras estaba la verdad de todo. Poco a poco se armaba el personaje que dominaría a la persona.
El flaquito comprendió también que para lograr ciertos cometidos deben hacerse sacrificios, la grandeza del Héroe.
Pasaron algunas semanas desde aquella vez donde hirieron su orgullo hasta cierto viernes donde la clase de educación física estaba por la mitad, partido de fútbol y profesor chamullando a lo lejos. El típico grandote de la clase, forzudo y cabrón, lleva la pelota en sus pies como un crack hasta que el flaquito que nadie vio venir porque nunca estaba se lanza con toda la fuerza de su ser a sus pantorrillas logrando que la mole cayera de bruces al suelo. Se pone de pie furioso y el chiquito en vez de pedir perdón busca más camorra logrando el resultado de una nariz rota a causa de una trompada perfectamente ubicada. Dirección, le preguntan que sucedió y sin dudas responde el flaquito “me pegaron por culpa del profesor, porque siempre me está cargando e incita a los demás a que me golpeen” unos llantos por ahí y la confesión del trauma “le tengo miedo, amenaza con golpearme”. A la semana siguiente nuevo profesor, el flaquito sonríe y decide que para la próxima debe buscarse un enemigo mejor que el boludo maestro de educación física.
Aún faltaban grandes pasos para la total transformación, recién comenzaba el camino de este Héroe. Ya tenía la inspiración gracias a Pier Paolo y ahora le sumaba la seguridad gracias a la batalla ganada a su profesor, pero debía volver a sus bases para continuar... Unas buenas dosis de cine que le hicieron conocer a un nuevo maestro en su camino a la iluminación: Quentin Tarantino. Y este flaquito, que soy yo, se convencía que el mundo lo estaba esperando aunque todavía debía averiguar para que.
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