jueves, 20 de mayo de 2010


“I feel drunk but I’m sober (…) I’ve got one hand in my pocket. And the other one is flicking a cigarette... “

Toda transición es un proceso lento, agotador y aburrido; así también como necesario.
El personaje iba armando su forma física y visible en base a las experiencias vividas, experiencias que no guardaban ni una poca de lógica o razón, simplemente un montón de situaciones que sucedían en mí vida de persona normal y que luego las transformaba en enseñanzas según la conveniencia del momento. De ese modo, cada recuerdo que hoy guardo de aquellos años infantiles no llevan ni una sola prueba de haber sucedido así como creo recordarlos. La realidad, como antes ya he dicho, perdía importancia frente a las maravillosas posibilidades que la fantasía me otorgaba; dicho de otra manera, la verdad se convertía en una herramienta funcional a la mentira que sería mi vida. Gradualmente y en escala me convencía que todo era posible, sólo así pude creer en un corto periodo que era dios, luego un Héroe al espantarme con la idea de la religión, para terminar sumándole el prefijo Súper al Héroe porqué por si sólo era poco y andar por la tierra seguro que el mundo me necesitaba a pesar de que yo no tenía ni la más mínima intención de hacer uso de mis poderes en pos del bienestar universal.

Los poderes fueron un tema aparte en realidad, hasta ese momento no los había descubierto, no poseía certeza alguna de tenerlos salvo en mi mente ni alguna sospecha de cuales podían ser; sin embargo, llevaba la seguridad que al reconocerlos y hacer uso de ellos ese mundo asqueroso y vil que me rodeaba se pondría de rodillas ante mí. Complejo de divinidad pueden llamarlo, aunque aburrimiento crónico me gusta más. Conjugar el poder de la masturbación sin freno más el poder de ver películas de temáticas prohibidas o simplemente asquerosas hasta el cansancio no era lo que se suele llamar un superpoder, hasta yo era consiente de ese hecho. Debía encontrar ese detalle chiquito que me hiciese sobresalir de la mediocre media humana. Volar era aburrido, además de que Christopher Reeve acababa de caerse del caballo demostrando como podés ser Superman y no tener escapatoria de quedar igual a una planta decorativa en el living el hecho de planear en el aire me parecía estúpido, si le agregaba el accesorio de pajearme mientras volaba y poder acabar en las cabezas de los ciudadanos la cosa podía ponerse interesante pero de todos modos,  no aprendí a volar. La súper fuerza… está bien que viviera en una realidad inventada pero tampoco la pavada, hasta mi vecinita de siete años me corría con intención de darme una paliza cada mañana; también podría haber intentado ser un poco más sensato y buscar un superpoder que no requiriera haber nacido con el, como le pasó a Bruce Wayne; pero en ese caso en particular me destruyó la fantasía la horrible realidad de fin de década menemista, se venía la crisis y en mi hogar (real hasta en la pintura descascarada de la pared) el dinero para financiar posibles armamentos lujosos era tan ilusorio como todo el resto de mis sueños. No me decepcioné frente a esa escasa cantidad de posibilidades… como les dije, estaba en una etapa de transición y no me cabía la menor duda que en el momento menos esperado aparecería ante mí frente  la divina revelación de mí existencia.

Por ese entonces MTV era un canal de música y no una fábrica de cámaras testigos en la vida de estadounidenses estúpidos. Comienzo a alternar mis inagotables horas dedicadas al cine con horas mirando video clips tras vídeo clips, y si piensan que nada tiene que ver esto con todo lo contado antes demuestra como ustedes todavía no están listos para comprender a este Superhéroe que relata.
Conozco a Alannis Morrisette cantando “Hand in my Pocket” y lo primero que hago es conseguir por el medio que sea ese disco (robé la plata de la cartera de mi madre). Jageed Little Pill es un disco que desborda amargura y resentimiento, razones suficientes para que se encuentre en mi discografía como un favorito eterno. Fue uno de los primeros discos que elegí de las bateas y escuché hasta el cansancio, me encantaba. El video de “Ironic” en el que ella está multiplicada por cuatro es sencillamente genial y todos los temas, a pesar de entender la mitad de lo que decían, me provocaban una nostalgia hacía algo que desconocía. Por el mismo tiempo cruzo con un video extrañísimo y hermoso a la vez, un feto canta dentro de la panza materna nadando en líquido amniótico al ritmo de una melodía tan densa y oscura como hipnotizante gracias a las notas desafinadas de la cantante. En un magnifico dos por uno descubro Mezanine de Massive Attack y a Elizabeth Frazer, voz de Portishead. El segundo disco que conseguí tener fue en cassette “No need to argue” de The Cranberries, otro maravilloso compilado de frustraciones y dolores existenciales, con la misma premisa escuché hasta hacer sangrar los oídos “Mellon Collie & The Infinite Sadness” de The Smashing Pumpkins. Me enamoro fugazmente de Shirley Manson, líder vocal de la banda Garbage, con su tez pálida, sus labios rojo carmesí y la voz de un ángel caido. Todo el disco Garbage del año 1995 me estremece aún hoy en día, el tema “Milk”  por sobre todo. 
Así, gracias a la música, los pocos ratos que no estaba en estado de trance alejado de la realidad mirando una película se completaban. Ya no había un solo segundo que no estuviese sumergido en el más profundo sueño irreal. Y así también, la música, fue el siguiente paso de la transformación al ser el desencadenante de un hecho que jamás hubiese creído posible… Sentado en el patio del colegio en un recreo observo a un compañero cantar en voz baja con los auriculares puestos, la duda me carcome y no puedo aguantar preguntarle que canta. Es “Creep” del disco Pablo Honey de Radiohead, dice. Me di cuenta que ese chico desproporcionado en altura para su edad y excesivamente flaco no encajaba con la imagen que tenía de todos mis compañeros a pesar de ser uno de ellos, no le había prestado atención, no noté que podía existir alguien con el mismo sentimiento de exclusión estampado en la cara que yo llevaba. Le conté de manera superficial en el tiempo que dura un recreo lo que escuchaba, lo que veía y algo de lo que deseaba; sin saber porqué (el destino) le dije que buscaba mi superpoder y entonces él dijo, mirándome tras los gruesos lentes que le ocupaban mitad de la cara: no sos el superhéroe, sos el villano. Sucedió entonces lo que no esperaba que sucediera, hice un amigo.

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