miércoles, 15 de septiembre de 2010

Porque aquello que una vez existió ya no es y lo que no era, ha llegado a ser
                                         Ovidio – Metamorfosis

Hubo un tiempo donde el personaje comenzó a crecer con absoluta independencia de la persona, madurando a una velocidad mayor que su creador, dándole la fuerza y decisión que jamás hubiese conseguido por cuenta propia. Frente a la avasallante avanzada de su alter ego, el sujeto real fue relegándose a un costado, permitiendo no sólo que su invención tuviese pensamiento autónomo, sino que tomase las riendas de su completa existencia. Lentamente, la persona fue abandonando la obligada realidad donde tenía que vivir y el personaje se encargó de armar la irrealidad para satisfacer un ego demasiado presente y necesitado de aventuras. Al momento de la división entre real e irreal, entre persona y personaje, entre vida y sueño, el humano de carne y hueso que cargaba con tales ambigüedades, era sólo un niño. Un pequeño capaz de desmembrar la vida en fragmentos y utilizarlos según la conveniencia, pero un pequeño al fin. Aún no conocía al mundo que lo rodeaba, sólo llevaba una vaga idea de él armada en base a más odios que amores y más frustraciones que alegrías.
El personaje ficcionado creía ser capaz de cualquier tarea, creía con fervor en una superioridad sobre todos sin parámetro ni coherencia, creía en sus palabras como las verdades más absolutas y certeras, todo lo contrario a la persona que era incapaz de levantar la vista en público por miedo a la humillación o el completo desinterés ajeno.
El niño, de manera inconsciente, ganaba valor para afrontar el complejo mundo que lo absorbía gracias a la capacidad de hacer hablar a su ego antes que a su personalidad, parecía que en poco tiempo estaría listo para abandonar completamente todos los frenos que se auto imponía y podría lograr vivir en su idílico mundo de ensueño, rodeado de las mentiras que él creía verdades.
Pero sin aviso previo, el niño creció.  Y junto a las confusiones hormonales clásicas de todo preadolescente, llegaron confusiones más complejas, propias de un sujeto que no quería entender donde estaba la separación entre real e irreal. Antes era relativamente fácil vivir en un mundo creado por completo en la imaginación -donde él era dios, rey y mejor habitante al mismo tiempo- si las tareas más difíciles de llevar en la realidad eran soportar a una madre promiscua y odiar a otros jóvenes sin razones en particular. Pero en el momento de salir al mundo, de vivir las reales experiencias que marcarían y determinarían su ser, la persona se encontró con la mayor contradicción de su vida. Resultaba que esa vapuleada realidad no era tan terrible como él quería creer que lo era. De ser un niño solitario y amargado, pasó a ser un joven con amigos, amargado aún, pero capaz de reír por cada situación. Porque su realidad estaba llena de absurdos momentos y bizarras compañías que superaban a su mentira creada.
La aparente fácil solución que se le presentó no lo dejó conforme al instante. Descubrir que todas las posibilidades inventadas por su florida imaginación eran sólo una herramienta para escapar de la cotidiana realidad de su hogar lo hicieron sentirse hipócrita. Todos aquellos sueños no eran más que una inconsciente manera de destruir la enseñanzas y marcas que su familia le dejaban, nada más necesitaba salir afuera, necesitaba compartir sus penas con otros iguales a él para sentirse pleno con la realidad que le tocaba por azar. No es que de un día para el otro empezó a amar a sus prójimos -no está en él ese sentimiento- tanto como a sus vivencias, seguía considerando pura mierda a cualquier individuo que se le cruzase, pero no podía encontrar una excusa para abandonarlos y volcarse nuevamente a una fábula porque sin saberlo, todos aquellos que lo acompañaban, le daban más satisfacción que la soledad auto impuesta.
El joven, sin embargo, no perdió su coherencia. No pasó que de un día para el otro dejó de usar su cerebro para volcarse plenamente en las reales vivencias diarias, no pasó tampoco que abandonó el deseo incontrolable de destrucción y lo cambió por un insensato estado de paz y amor, de haber sido así significaría que el sujeto que alguna vez fue ya no existiría. Y puedo asegurar que aún está presente. Pero a partir de esos años la apuesta se transformó, si la realidad podía volverse amena, o al menos divertida, debía tener la característica de estar siempre mutando, porque ante el primer indicio de rutina, se aburriría y entonces volvería a su estado de introspección y ensueño. Así se propuso vivir de la manera menos previsible, jugándose a cometer todos los errores posibles, haciendo todo mal y cagándose en absolutamente en todo lo que pudiera repercutir. El futuro estaba lejos, por el momento sólo debía preocuparse por hacer del presente una realidad tan insensata como la mentira que siempre soñó.

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