Recuerdo la adolescencia como un conjunto de situaciones abarcadas en una brecha de tiempo exacta que duró de cierto día a cierto otro, donde una mañana dejé de ser un adolescente y me convertí en adulto, sin más. Se me hace casi imposible fragmentar los hechos de modo que aquellos años vividos guarden una coherencia inevitable y fundamental para encontrarle sentido al presente. Mezclados y desordenados llevo los recuerdos de toda una etapa, como un gigantesco bolillero lleno de situaciones que van siendo escupidas a la memoria por obra y gracia del azar sin una razón o lógica.
No estoy seguro si mi primera experiencia sexual fue antes o después de haber fumado mi primer porro, tampoco si probé la homosexualidad antes o después de haber tenido un hijo, no recuerdo si cometí mi primer delito antes o después de haber estado preso por vez primera y menos si me enamoré de verdad antes de haber llorado por alguien, dudo de haber escuchado un disco completo de The Rolling Stones antes de volverme un stone, no se si aprendí a cocinar una milanesa antes o después de irme a vivir con una novia obsesiva, obesa y evangelista, no tengo idea si empecé la adolescencia aburrido o si me aburrí al finalizarla.
Es un modo fácil de sobrellevar la causa y efecto. Permite librarme de cualquier malestar por haber provocado un inevitable estigma en mi adultez y me mantiene convencido que la culpa es de la casualidad y sus imprevistas vuelta de tuerca.
Yo no lo provoqué, fue mala suerte.
Yo no lo provoqué, fue mala suerte.
Pero eso deja en paz mi alma sólo en partes, porqué la necedad tiene sus límites, hasta para mí. No recordar el cronograma de hechos que hicieron al ser que ahora escribe lo convierte en un bastardo sin historia, me convierte en un hombre sin justificación. Estoy porqué estoy, sigo porqué hasta ahora nadie me dijo que abandone. ¿Dónde quedó el Héroe? ¿El villano? ¿El dios? A eso mismo me refiero, no se si los abandoné antes o después de darme cuenta que no era ninguno de ellos.
La vez anterior escribí que sólo en una cosa no quería convertirme, un adolescente perturbado y aburrido. Pues en eso me convertí, pero no recuerdo exactamente porqué. A la distancia sólo guardo la certeza que en el primer año en secundaría ya era un púber amargado y rencoroso y no cambié en los sucesivos años juveniles. Sin preámbulos, metí todos esos adorables sueños infantiles de muerte y destrucción en una bolsa negra de consorcio y a la mierda la lancé. De un día para otro ya no quería ver el mundo destrozado, ni a mi madre muerta, no me interesaba ver a mis enemigos imaginarios despellejados ni me imaginaba a mí como un invencible justiciero de la nada. Simplemente viví, día a día sin vacilación. Juntando recuerdos y guardando sin referencias en el archivador, conciente que ya no existirían más enseñanzas en cada experiencia.
Hoy, la falta de línea argumental de mi pasado no me afecta. Con el tiempo aprendí a mirar para atrás con cariño, cierta gracia y sin nostalgia. Porque en definitiva seguía siendo igual pero sin las alucinaciones (sueños, esperanzas, delirios) del niño existencialista. Los miedos acerca de la realidad-mentira seguían siendo los mismos y el cine seguía siendo mi mejor amigo y aliado, pero la diferencia estaba en que ese momento (la adolescencia) no dedicaba tiempo a estar a solas conmigo. Aquí vuelvo a un punto anterior, no recuerdo si me enemisté con mi persona porque comencé a usar drogas o comencé a usar drogas porque me enemisté con mi persona.
Pero no solo de drogas he vivido. Es más, siendo sincero, hasta los dieciséis no me drogué como corresponde (en cantidad y calidad). El conjunto de esos años me dio muchas otras cosas más allá de las ya mencionadas drogas y las demás obvias como el sexo, la noche o Family Guy.
Me dio amigos, y una buena cantidad de miserables anécdotas que no deberían ser contadas.
Así me despedí de la infancia, relegándola a un costado en la historia de mi vida, todo porque no fui capaz de creer en que todo lo que deseaba podía pasar. Me llevé encima los traumas y los odios y dejé guardada la seguridad que algún día le iba a dar al mundo entero bien por el culo. De todos modos, ese pensamiento no lo perdí, pero a partir de ese momento lo enfoqué en proporciones más chicas.
Quizás el montón desprolijo de recuerdos haga que la balanza entre momentos buenos y momentos patéticos sea justa. Al menos que parezca.
Hola! nos conocimos en la marcha de hoy, cumplo con dejar mi mensaje, y prometo leer tu historia con detenimiento
ResponderEliminarSaluti!
Agostina
Eh! Realmente te acordaste... A disfrutar pues.
ResponderEliminarSaludos muchos
El que escribe.